lunes, 5 de diciembre de 2011

La Vida es un Sueño



Él vio la oscuridad reinante, el silencio que se cernía amenazante, las luces de la ciudad, demasiado pacíficas para calles tan desiertas y tomó una bocanada de aire helado de invierno, mientras sentía los dedos entumecidos de sus pies. Era una noche perfecta.

Su mirada se perdía, como si observara el ambiente y el cielo a la vez, aunque en verdad su mente estaba por fuera de sus sentidos, presente sólo en la más mínima expresión para conservar el vínculo con la realidad.

“Si Dios fuera clemente y misericordioso…” el pensamiento quedó incompleto en su mente, mientras por ningún motivo en particular se detuvo a mitad de cuadra, en una calle pobremente iluminada, de un barrio tan caro y exclusivo, pero cuya pequeña vena se había quedado en el tiempo y la obsolencia.

Miró el suelo esta vez, con la misma fijeza característica del andar reflexivo, y completó la frase “Todas las situaciones adversas o no, que me llevaron a ser lo que soy, no me tendrían acá. Todo cuanto me hizo lo que soy, en parte lo elegí, o eso creo aunque sé que no es cierto, ya que tantas cosas han condicionado mis decisiones; un número inabarcable de hechos, eventos, personas, y por sobre todo, ideas”.

Una figura se acercaba, él, detenido, aún mirando el suelo. Miró su palma mientras esta se acercaba a su pecho en dirección a su otro brazo, la mano contraria se deslizó con extrema suavidad por la muñeca chocando con la parte fría del mango, y luego los dedos, pulgar, índice y corazón se posaron risueños sobre la suavísima textura aterciopelada.

La figura continuó sin titubear, llevaba una proporción de colores donde el negro tenía una avasallante mayoría, pero por sobre todo, el escudo dorado en el gorro, daba la inequívoca sensación de la profesión de quien se acercaba con paso firme a la oscuridad más silenciosa.

Ni un auto se escuchaba, en la esquina, dormitaba a medias un cansino kiosquero bajo una luz color morgue, poco apresta a sostener una vigilia.

El suboficial se detuvo. La mirada subió desde el cinturón, saltó de botón en botón hasta llegar a un mentón canoso, unos labios oscuros de fumador, una nariz picada y cuando sus ojos se encontraron, ah, profunda inmensidad, como el océano abierto, brillando en la noche despejada, frente a quien lo mira, asediado por un viento helado llegando a los huesos.

Una línea plateada cruzó el aire, su mano parecía que hubiese presentado a alguien a su derecha, más el brillo duró un instante. De nuevo regresó la mano, con presteza, diligencia y como si de algodón se tratase, la fría plata descansó sobre su muñeca una vez más. Continuó su camino.

La figura cayó de rodillas, intentaba decir algo; luego cayó de frente, goteando. “No solamente los rostros tienen el mapa de la vida de las personas”, pensó, taciturno, con la mirada ausente nuevamente sin ningún punto de fuga, También quieren decir algo, sus piernas, su ropa, su postura…la historia pasada, presente y futura de las almas está escrita en los cuerpos” ; y entonces prosiguió, tras una breve pausa, sus pensamientos tomando forma de un sonido grave y terso, como un maestro hablando íntimamente con un alumno, compenetrados en la antigua búsqueda de la sabiduría; “En esos ojos había tristeza, en esos labios había un rictus, una rigidez, en esa piel había el cansancio acumulado del no poder ser.”

“Al instante hubo una sorpresa, pero fue una marca momentánea, lo verdaderamente auténtico, fue la sonrisa. La tensión de la sorpresa fue como una leve y única corriente sobre un pequeño lago. Y la sonrisa fue como una piedra lanzada sobre el mismo, fue el alivio eterno e inconmensurable, fue la libertad tomando forma y dando la última marca, la marca imperecedera de la muerte.”

“Y así fue el fin de su marcha, en todo sentido que quepa nombrar.”

Y sonrió, como pocas veces lo hizo.

El camino seguía, pasando por los portones de hierro, pintados de azul, de una gloriosa casa de antaño, devenida en escuela y empresa a la vez. El viento, suave, era cabalgado por un frío que podía sentirse en los globos oculares.

La vida es un sueño, una ilusión cuyo velo se aparta frente al conocimiento, aquel aire sin consecuencia que todo lo puede saber, más nada puede cambiar. Y toda consecuencia que el conocimiento crea, se le llama historia, más la única verdadera historia que vale contar es la que permanezca por toda la eternidad; Más, ¿Qué existe que perdure por toda la eternidad con certeza para el hombre que se aferra al conocimiento como su única salvación y vida?”

Se detuvo en una esquina, mientras su voz continuaba, baja y constante, dialogando con el aire invernal.

“El conocimiento es tan sólo una certeza sobre lo que es en realidad pasajero, aunque para vidas tan ínfimamente cortas como éstas sean varias eternidades, y por ende, conocimientos válidos y útiles…Pero más adelante otros continúan la obra, y entonces, casi nadie se da cuenta, excepto la más pequeña de las minorías, que mientras las generaciones pasan han sido atrapados por las obras del pasado y las necesidades que éstas engendraron. Y así entonces, lo único que vale es aquel primer movimiento que empujó estas fuerzas en marcha

“Y entonces…” Extendiendo su brazo mientras aquellos vehículos tan comunes, de negro y amarillo, se desplazaba a velocidad fúnebre a media cuadra, continuó diciendo “…esos pocos seres humanos toman consciencia de su prisión, de fuerzas históricas que los arrollan y los transforman en esclavos, de repente, ya no pueden ser ellos mismos, ya no pueden ser seres individuales, sino ser parte de algo…”

El automóvil se detuvo, sintió el helado contacto de la manija de la puerta, y luego el alivio del confort, al apoyarse en un asiento pensado para descansar los músculos del cuerpo humano.

“…” la expresión muda del taxista mostraba el signo de interrogación en la expresión de un rostro sin voluntad de habla, que observaba tras un espejo retrovisor.

“Maneje” fue la respuesta. Y entonces continuó hablando.

“…Y en todo lo que ellos son, ven lo que ellos saben, lo cual es una tautología entre el ser y el saber…Y el saber es la bola de nieve que es de todos y nadie a la vez, uno puede ayudar a empujarla para que aumente su tamaño y su fuerza de trayectoria a través de la historia y las almas, puede no hacer nada, pero resistirse jamás, pues todo lo que es está en esa pelota, y pensar por fuera de ella sólo es motivo de angustia”.

Luces blancas y azules se alternaban en el interior de cuerina del vehículo, provenientes de aquella fatídica cuadra, al pasar silencioso y taciturno el conductor por la zona.

“Oiga” dijo el taxista, “Si a mí me habla no le entiendo un pepino, no sé si está loco o qué, pero dígame adonde va y más vale que tenga con qué garpar, no me estoy cagando de frío por amor al prójimo precisamente”. Y cruzó la avenida, doblando hacia la derecha y acelerando hacia una zona más provechosa e iluminada.

“Y quienes llevan el pensamiento a la acción, son perseguidos y asesinados en tanto y en cuanto, como todas las cosas de la existencia, no pueden separar su ser, de su pensamiento, y por ende, comienzan a cambiar partes de su ser; al no tener un ser verdaderamente individual, al cambiar su ser, lamentablemente cambian a otros, y esos otros pueden afectar a terceros, por ende, la respuesta no tarda en hacerse llegar. Ninguna fuerza en movimiento está dispuesta detenerse y peor si se le ofrece resistencia alguna o se intenta cambiar su curso.

Y en particular, el principal problema son aquellos cuya vida está ensamblada alrededor de dicho movimiento, a tal punto que no perciben su avanzada, sino que lo experimentan como el estado homeostático de la existencia, por ende, cualquier acción por fuera de los canales permitidos hacia el avance de esta fuerza ancestral, oscura y milenaria, cuyo origen se desconoce y no se quiere conocer ni dudar, es reprimida sin demoras y de la forma más silenciosa posible. Se la intenta matar con el olvido y la prescindencia, después de despojarle de todo aquello de valor de lo que pueda ser despojado.

Y entonces así, lo único que le queda a aquellos que ansían la libertad, es darle la libertad a quienes no quieren abrir sus ojos, y detener esta locura de una vez por todas (…)”.

Una voz furiosa interrumpió el “diálogo”. “Te bajás, pelotudo” tronó el taxista, frenando de golpe y a destiempo. “Y son treinta pesos” agregó, ladeando su rostro apenas un instante, para que su voz y su autoridad se proyectasen con la firmeza de su reclamo.

“La felicidad – le retrucó – “es algo más que las delicias de la prisión vuelta un horizonte para una vista mental de tanta ceguera voluntaria” Y con tres billetes de diez en la mano derecha, a la derecha de la cabeza del conductor, emergió su mano, mientras la izquierda emergía, veloz como una víbora por el izquierdo.

Rápidamente tomó los billetes con su mano derecha, sus cachetes fofos girando con todo su esfuerzo para permitirle ver aquello que agarraba a sus ojos. Al momento de tomarlos, mirándolo con un solo ojo, se limitó a gruñir: “Bajate”

“Elévate” le dijo la voz, y la mano derecha tomó su mentón, mientras la izquierda lo sostenía del cuello hacia la sien, todo en un instante veloz como una víbora, donde el brazo izquierdo avanzó lejos del cuerpo que le propelía, y el derecho, hacia el cuerpo que le daba vida. La nuca se quebró en un instante, con una serie de sonidos armónicos, que retumbaron en las baldosas aledañas.

Cerró la puerta tras de sí, sintiendo nuevamente el frío entumecedor en los dedos, subiendo por el pavimento, atravesando su calzado con una facilidad pasmosa.

“Y sé libre. Elévate y sé libre”

“Tu felicidad sólo puede ser en la medida de tu libertad”


L.


¿Por qué tan serio? Pongamos una sonrisa en ese rostro.