La esperanza, de todos los males que emergieron de la caja de
Pandora, acertadamente, es el peor, es el que quedó en el fondo, la
materia más grumosa y densa de los males depositados en aquella caja.
¿Qué
es la esperanza? La esperanza es una ilusión, con fundamentos veraces
(y a veces ni siquiera con fundamentos reales, tales como creer que todo
mejorará eventualmente sin ninguna razón plausible) para quien se ve
afectado por ella, de que las situaciones cambiarán para mejor en el
futuro. Es la creencia de que el mal es pasajero, por más largo,
poderoso y longevo que sea el mal que aflije al esperanzado, tiene una
razón para perserverar, para mantener una actitud positiva ante malos
tragos que pueden durar la vida entera.
Ante este optimismo duro
como el acero, no hay dolor, sacrificio, enajenación, tortura o esfuerzo
a costa de la salud que pueda doblegarlo. La persona enferma de
esperanza sacrificará su sueño, su bienestar físico y espiritual, su
patrimonio e incluso su propia familia en nombre de una esperanza de un
futuro mejor, que no está, y que no está garantizado en absoluto que
llegue.
Dirán entonces, algunos de los afligidos de
esperanza, en defensa de su enfermedad, que gracias a esta ilusión
infundamentada la mayoría de las personas se logra adaptar y sobrevivir a
situaciones desgastantes psíquica y físicamente, y logra cumplir así,
los objetivos que se había dictado, que la Esperanza le prometió que
alcanzaría, y finalmente alcanzó.
¿Porqué este argumento podría
errar? Una sencilla observación de lo que sucede realmente puede dar
cuenta corta de este argumento optimista: La mayoría de las familias
visibles que se pueden observar en una sociedad, han, de hecho,
alcanzado los objetivos que la esperanza les ha prometido (salvando las
familias marginales y todos los casos de los que nadie habla, que
casualmente son la abrumadora mayoría de la población, pero
prosigamos....) poseen una propiedad, un cónyugue estable (o un divorcio
saludablemente distante), hijos sanos que estudian o trabajan, y por lo
general, un pasar siempre de alguna forma, holgado.
¿Por qué
habrían de penar entonces, con el paraíso en la tierra? Después de todo,
han trabajado y estudiado, y por eso sacrificado sueño y algunos años
de vida, además de promedios académicos. O solamente han trabajado hasta
alienarse, han aprendido a ser obedientes, a estar gran cantidad de
horas concentrados en una tarea repetitiva y así, se han adaptado
anulando su mente, aplacando sus ánimos y las reacciones de su psiquis
intentando resguardar su sanidad, siendo dóciles y amables incluso ante
personas arbitrarias, irracionales y sádicas que todo lo pretenden a
costa del prójimo, como son aquellos que se convierten en jefes o
capataces.
Y sin embargo, allí están, infelices, mal dormidos,
malhumorados, furiosos a veces, sabiendo en el fondo que como jubilados
solo les espera la ignominia y la indiferencia de la sociedad. Allí
están, optimistas como nunca cuidándose de no llegar tarde, de dar todo
el esfuerzo posible a cambio de muy poco. O allí están, tratando de
aprovecharse de otros, de inocentes, incautos o simplemente jóvenes, de
aplastarlos, dominarlos, exprimirlos desde una posición de inmunidad,
con el optimismo de creer que de esa manera se progresará en la vida o
se sostendrá una posición segura en el mundo.
Todos
hechos falsos. Décadas de trabajo duro pueden perderse por un conductor
imprudente, un estafador iluminado, una corrida de accionistas, una
crisis de gobierno, un familiar que quiere un lugar en la oficina, el
hijo o cuñado del jefe que quiere el puesto de éste, o la simple acción
de la gravedad y la radiación de todos los objetos que usamos en un
cáncer prematuro.
Pero ey, el optimismo, el positivismo, son
cualidades populares, que buscan aquellos optimistas que obtienen vida a
costa de la vida de otros, sólo que como se la extraen muy lentamente,
muy solapadamente, no es tan evidente como cortarles las venas y beber
su sangre, aunque en el largo plazo sea casi literalmente, lo mismo.
Y
así entonces, llegamos a lo que realmente es la esperanza, es la
creencia, falsa, mágica, infundada e improbable de un futuro mejor. En
muchos casos es muy obvia su falsedad, y por esto, la esperanza es una
enfermedad alimentada, cultivada y reforzada por el sujeto enfermo. Es
la minimización de un presente grave, que puede estar dañando la salud,
la mente, el alma y el corazón. Es lo que hace que la grandiosa mayoría
de los seres humanos continúe obstinadamente por un camino ridículo, que
cuando finalmente lo alcanzan, su espíritu está tan quebrado, que ya no
poseen la creatividad de la juventud (pero podrían haberla conservado
como sí la conservan los espíritus libres en cuerpos viejos), ya no
tienen la energía física tampoco para cumplir y disfrutar con las tareas
más importantes de la vida, la crianza de los hijos y la necesidad de
perfeccionar y desarrollar el potencial del cuerpo (de cuyos secretos y
posibilidades conocemos la más ínfima de las partes, descubrirlas es
necesario para la felicidad). Se encuentran tan cansados, han pasado por
tanto dolor, humillación, alienación, que los fuegos que animaban las
aventuras y la imaginación son apagados para que no causen más dolor, a
fin de adaptarse a la tarea a mano y cumplir con las obligaciones
contraídas en nombre de aquella esperanza imposible y ridícula. Y
carecen ya, al final de aquel derrotero, de salud suficiente para
disfrutar plenamente de los frutos de su trabajo y de su herencia. Sin
nombrar a su familia, a todas las horas que no han podido pasar con
ésta, ni todo lo que no pudieron enseñarle a los hijos o vivir con los
padres de cada uno.
Y allí, en las últimas zancadas,
todos llaman al Dios que ignoraron toda la vida, sí, porque huelen la
Muerte, que siempre estuvo ahí, y que siempre eligieron, y esto es común
a todos los afligidos de Esperanza, creer que no existe, aún viendo
otras personas morir, aún sabiendo de su naturaleza mortal, por siempre
expulsaron de su conciencia la idea de la Parca.
Esto es
la esperanza, una creencia, una mentira enorme, de proporciones
monstruosas, el peor horror que asola a la humanidad entera, el Horror
de los Horrores, el más burdo y denso de los males, y la suma de todos
ellos. Es la fuente de todas las mentiras con las que los humanos nos
consolamos para poder continuar pecando, dañando, contra nosotros mismos
y los demás, además del inocente y paradisíaco mundo que nos acoge y no
merece el trato cruel que se le dispensa.
Poseemos un mundo
equilibrado, hermoso, abundante, protector, tenemos conocimiento
suficiente para vivir en justicia, para crear utilizando a la naturaleza
como vehículo y con suficientes bienes para la felicidad de la
humanidad entera...
Y la Esperanza, mal que alimenta cada uno
dentro suyo, ridícula como ella sola, especialmente considerando lo
inevitable de la Muerte, hace ojos ciegos a todos los males y bienes del
mundo, a veces invirtiendo sus roles y pretendiendo darles fundamento.
Así se han justificado y se siguen justificando actos de enorme o
pequeña atrocidad a diario y de toda escala (desde el individuo por sí
solo, con otros individuos o en masa), y así los humanos, teniendo todas
estas bendiciones, la inteligencia y el mundo (que no son poca cosa) en
nuestras manos, seguimos padeciendo una y otra vez y aún mirando el mal
a los ojos, con el anteojo de la Esperanza perserveramos colocando la
otra mejilla para el placer de los tiranos y entregando la vida a otros
que no la merecen.
Y luego de devolvemos esas bofetadas a los inocentes, a los seres amados y al bendito mundo.