viernes, 20 de noviembre de 2020

EL EMPERADOR

 


EL EMPERADOR

 Con los vasallos y los súbditos era tan burdo como un león; con los nobles, tan sutil como una melodía frente a la luna llena del invierno.

 Su rugido, sus golpes sobre el amoblado, los hacían temblar como las hojas, pálidos y frágiles igual que sus sueños y deseos. Su mundo se sacudía, ciegos a la existencia de lo que estuviese más allá del Imperio. Sujetos a recibir lo que estaba adentro, del amo y dueño de la potestad imperial. No eran ellos los que se sacudían de miedo, sino sus expectativas, destinados a la muerte, los movía la endeble mentira de la permanencia: la verdad de la impermanencia no podía sostener ningún imperio. Ninguna mentira puede pervivir sin mutarse, o caer. Sólo la verdad es eterna e inmutable, hace su trabajo, y se retira.

 Sus palabras amables, sus canciones, sus risas sinceras, revelaban la aceptación cabal de la mentira al punto de hacerla parte integral de su alma. Frente a los nobles era el más generoso de los anfitriones, el más compañero de los huéspedes, el protector y guardián de su gente. Cualquiera que pisara el palacio un día con los nobles, pensaría que la impasible y fría máquina del imperio tenía un corazón alegre y benevolente. Sutil, pero impermanente, las ideas, los pecados se vuelven fortalezas psíquicas que modelan el mundo y la conducta. El Soberano dispensaba la muerte y la recompensa con liberalidad, asegurándose de que sus nobles pensaran que ellos mismos habían sido artífices de dicha decisión.

 Quien mira los más pequeños detalles, conoce que el consumado pecador construye su obra maligna con precisión, dejando que la paciencia acomode las piezas y alegrándose de sus designios, persiguiendo una idea tan equivocada, que su convicción construye una certeza para apagar sus miedos que no tenían respuesta.

 ¿Por que quién puede decirle al Emperador, a sus vasallos, a sus nobles, los secretos que olvidaron y que sólo las encinas, las ratas, los perros, e incluso los niños si recuerdan?

 Es mucho más lo que existe más allá de las fronteras del Imperio, particularmente porque incluso desconocen mucho sobre lo que existe dentro de él mismo. Oh, ignorantes, cuyo mundo se sacude por tan poco. ¿Qué peor prisión que la que ha construido uno mismo?

 Abrazarse a las gotas de lluvia llorando porque parará el diluvio, es lo mismo que abrazarse a la impermanencia del imperio, creyendo que será eterno.

 Pero el Emperador, y todos los que perseguían aquél espejismo, pretendían que era real con grandes y monumentales obras. Pretendían que era real con la desesperación de los súbditos y la seriedad con la que jugaban sus valiosas vidas por la piedra y el mortero, por la fama y la vana gloria que pronto se olvida.

 Imagina un león que ruge, y el miedo recorre, frío, el estómago y la espina. Pero el león no existe, sólo es un hombre, el cual, debajo de un manto de ideas, y debajo de un manto de tela, está, desnudo, blanco como la leche y débil como un árbol seco. Eso es el Imperio.

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