Que ardan todos, hasta el último,
nadie persigue la cooperación,
cazan de sus pares la destrucción,
el competente es peligro, no un aliado,
por algún lugar debe ser, en vida aniquilado.
Que ardan todos, hasta el último sentiente,
porque son el dolor de toda alma inocente,
que cuando se abre la flor llora y se lastima,
sabiendo que desde el principio la sociedad le tima.
Hay que lidiar con los deshonestos y los cobardes
una guerra silenciosa, patética y con reglas amañadas,
mejores eran los tiempos donde la devoción levantaba espadas,
y ahogaba en sangre a los que viven de ardides.
Una guerra, siempre fue nuestra cura,
uniendo los pueblos, discutiendo la figura
bajo pervivir de generaciones
los veranos, de la guerra eran estaciones.
Los tiranos se deponían en largos combates
la injusticia caía por la espada
cortos eran los debates
en tiempos de regla clara.
Ansío una revolución que aplaste los opresores,
los caprichosos, los cobardes que mandan a otros,
esos primates de trajes y vestidos
de cuerpos patéticos e innobles modales
y una superioridad tan falsa como irreal.
Lo único real es la carne, y la sangre,
bajo el velo de los vestidos
reside la verdad absoluta.
Y ellos, que no la quieren ver,
se las enseñará la Muerte.
Morte Ascendo.
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