
La finitud de la vida vuelve valiosos todos los momentos, pasajeros todos los tormentos, único e irrepetible todo lo vivido, valiosa cada persona, cada vivencia, cada tiempo y cada etapa que lo ilustra, de nuestro ciclo. Y finalmente la sensación del descanso, del fin de los innumerables dolores y cuidados de nuestra vida mortal. De nuestros esfuerzos y luchas, muchas veces fútiles, muchas veces irracionales, muchas veces contra fuerzas imposibles de superar...
Y aquí estamos, con la muerte siendo la responsable de darle el valor incalculable que tienen las cosas. Si viviera para siempre, ningún amor valería nada, ningún bien tampoco, ninguna persona, ni ningún pecado sería doloro. Tendría la eternidad para rehacer mis pecados, la eternidad para lograr lo que quiera y por lo tanto, no hacer jamás nada...Podría despreciar al mundo, porque siempre tendría otra oportunidad u otro destino lejos de donde ofendí, ya que siempre habría lugar para nuevos momentos, nuevas personas, nuevos lugares...
Y así vuelvo a mi dolor. A los labios de terciopelo que una vez toqué, y que su sensación se desmigaja poco a poco en mi memoria, mientras yo asisto a esa carnicería con la desesperación de quien quiere llorar y no puede siquiera tener ese desahogo.
A aquellas bufandas y aquel aniversario de un invierno más cálido y bienhechor que los días frescos de la primavera. Los colores, los saltos, las sonrisas y las risas, como si una hormiga paseara por la superficie de una torta de felices colores.
Qué contraste para un verano opresor, una vida opresora, y un anhelo que grita desde los seis años rogando libertad, verdadera libertad. Solo se es libre cuando se tiene el poder pleno de decidir sobre la vida de uno sin acabar muerto o despojado, cuando se puede soñar sin tener que pensar en innumerables obstáculos de tributo y opresión para el beneficio de otros ajenos que acaban por destrozar todo lo que ansiamos por el desgaste de aniquilar todo cuanto producimos de valor y quisimos guardar para un futuro mejor.
Y por último, sólo se es libre en la muerte, donde ya nada ni nadie puede alcanzarte, donde un nuevo plano de la existencia cobra forma, donde la opresión ya no puede seguir, donde la sangre, la vida, el tiempo y la felicidad no son tributos que se deban pagar a los poderosos. Que casualmente son esclavos de sus propios poderes.
Un hombre que no es libre no tiene dignidad. Y quien no tiene dignidad no merece mi respeto.
Por eso no me respeto a mí mismo.
Y el deseo de la Muerte es natural, todos lo hemos sentido con frecuencia, al sabernos prisioneros de un dolor que nos roba la vida del ánima, y nos deja tan solo el cuerpo, que precisan vivo para poder oprimirnos...
Hoy digo no vale la pena vivir la vida sin libertad y sin amor, pues ambas virtudes, el amar siendo amado y el ser libre son lo que hacen a la vida desarrollarse naturalmente como está escrito desde su nacimiento, como fue hecho para ser, como será feliz y pleno si es.
Y sin embargo, pequeños errores y actitudes enfermizas van realizando la gran bola que la historia no puede ni quiere detener.
Hay vida más allá de las invisibles murallas que el asfalto, el hormigón y la maldad sostienen erectas, hay libertad para quien lucha por ella, y quien muere luchando por ella, muere libre y obtiene la victoria eterna. Más aún si murió amando y siendo amado.
Yo amo y soy amado, más no soy libre, y el amor me escapa, el miedo me toma negándome el derecho a la esperanza.
¿Debo hacer correr la sangre y el llanto? ¿Debo gritar tan profundo dentro de mí que se despierten todos los templos en mi interior?
Es la hora de realizar un primer movimiento, que, como una piedra arrojada con fuerza hacia el agua, envíe ondas sobre algo que durará eternamente. Y me permita alcanzar mi libertad.
Porque solo piensan en ser libres, merecen ser llamados "romanos"
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